miércoles, 14 de mayo de 2014

Adolfo Calero Orozco

La tierra es la tierra

Adolfo Calero Orozco

El patrón, como cumplía, acompañó a toda la mocería y un buen grupo de comarcanos que formaban el fúnebre cortejo, cuando el entierro de Chico Luis. Fue una lástima la muerte de Chico Luis, tan trabajador y tan moderado y dos hijitos tan simpático; joven él y todavía más joven su mujer, la Chilita.

La ceremonia fue breve y sencilla y fuera de las impertinencias mal recibidas de uno que otro bolo rezagado, que todavía andaba en la cabeza el zumo de los tragos de la noche de la vela y las refrendas del día, todos los circunstantes mostraron recogimiento y pesadumbre.

Cuando el rudimentario ataúd sonó un golpe seco y quejumbroso avisando que había tocado fondo, los compañeros que hacía de enterradores tiraron los mecates y Chico Luis quedó definitivamente instalado sobre el plan de la fosa cuadrangular, de siete cuartas de hondo concienzudamente medidas. Los muchachos de las pala se adelantaron.


Las hormigas de Fervonio

Adolfo Calero Orozco

Fervonio Barquero era un soldadote rudo, grande de tamaño, parco de palabra, despacio en el caminar, a la hora de las balas, sereno hasta la inconsciencia; es decir, valiente. Seria pura estupidez o una falla orgánica, pero lo cierto es que fervonio no tenía la más ligera noción del miedo y, claro, desconociendo el miedo, desconocía también el valor, que no es; si no la ausencia del miedo el cual a su vez no es otra cosa que la prima manifestación del instinto de conservación, que trata de imponerse induciéndolo a uno a huir del peligro. La cosa más natural del mundo.

Otra condición de Fervonio era que jamás hizo gala de su valentía, el pobre: como ni siquiera sabia que era valiente… y así, nunca se aprovecho para contar episodios lindísimos en los que el había hecho barbaridades mientras que a otros compañeros suyos les estaban temblando las piernas.

Cuando el Zanjón del Santo Cristo, el enemigo nos dio una pela tremenda. Fervonio se había hecho de un corralillo de piedra y desde allí, con 7 hombres, le estaba haciendo estragos al contrario; pero las otras posiciones comenzaron a flaquear debido a un cuerpo de rifleros que nos estaba volando filo que daba gusto, yo me mantenía cerca de Fervonio cuando vimos pasar a los primeros 2 generales puestos en viajes; uno de ellos ya había votado el sombrero, el otro no supe si llevaba sombrero o si eran solo las manos en la cabeza. Tras ellos me desprendí yo también, y, aunque corría como un incendiado, lo más que logre fue no perderlos de vista pero alcanzarlos nunca.

Solo Fervonio, como que no era con él, ahí te van balas y “aguántense muchachos”. Cuando los muchachos ya no podían aguantarse más dieron el colazo en firme. En el corralillo solo quedaron 2 mal heridos, 1 muerto y los rifles abandonados, ¿Quién iba a estar entonces pensando en rifles, sin saber si quiera cuantas leguas iba a tener que abrirse?

Claro que en el corralillo quedo también Fervonio, que como no sabía correr, pero ni cambiar el paso, cayó prisionero. El que le hecho el guante fue un general enemigo que comandaba el grupo más osado del ataque. El tal general tenia enteros todos los nervios del combate, y así fue que en cuanto avanzaron a Fervonio, solo fue mentarle a su madre y sin más ni más lo amarro contra un chilamate, mando formar 5 números frente a él y tras el “carguen armas”, le dijo: -“Oiga, desgraciado, despídase, que estos son sus últimos momentos”. Fervonio se quedo viéndolo; después paseo la vista por los soldados del pelotón; después hablo: -“Por mí no se atrase… De quien quiere que me despida si no conozco a ninguno?”

Varios de los soldados se rieron. El general primero se asustó, en seguida soltó una carcajada y soltó a Fervonio después, diciendo: -“déjenlo muchachos… Que hombre más bruto…!”

Fervonio ni gracias dijo, sino que con su mismo paso aquel, se fue a agregar, “pecho de paloma” como lo tenía a la fila de avanzado. Muchos de los de esta fila, si el general hubiera seguido tan nervioso y si Fervonio no ha salido con eso, se hubiera doblado también con el pecho pasconeado, hasta donde el mecate los dejara.

En las guerras ese es el momento peliagudo: cuando lo acaban de avanzar a uno. El que logro anochecer ya esta salvado; y así fue como Fervonio Baquedano consiguió vivir un tiempo más, hasta darme ocasión de volver a encontrarlo, meses despues, y cuando ya sabía yo el cuento de su milagrosa escapada. Fue entonces cuando le dije: -“Hombre Fervonio dicen que te viste “alitas de cucaracha”; que por un pelo no te doblaron sobre mecates, cuando el zanjón de Santo Cristo”.

-“que le parece, amigó. Casi me parten en ese día”.

-“Bueno, pero vos que sentiste esa vez, cuando tenias las cañas huecas frente a frente?”, le pregunté.

Y Fervonio, siempre grandote, siempre despacioso, se llevo a la nuca su mano derecha, y rascándose suavecito, con aquel su modote sin prisa me contestó: -“pues amigó, viera usted que hormiguero más bravo el que tenía ese chilamate”.