La tierra es la tierra
El patrón, como cumplía, acompañó a toda la mocería y un buen grupo de
comarcanos que formaban el fúnebre cortejo, cuando el entierro de Chico
Luis. Fue una lástima la muerte de Chico Luis, tan trabajador y tan
moderado y dos hijitos tan simpático; joven él y todavía más joven su
mujer, la Chilita.
La ceremonia fue breve y sencilla y fuera de las impertinencias mal recibidas de uno que otro bolo rezagado, que todavía andaba en la cabeza el zumo de los tragos de la noche de la vela y las refrendas del día, todos los circunstantes mostraron recogimiento y pesadumbre.
Cuando el rudimentario ataúd sonó un golpe seco y quejumbroso avisando que había tocado fondo, los compañeros que hacía de enterradores tiraron los mecates y Chico Luis quedó definitivamente instalado sobre el plan de la fosa cuadrangular, de siete cuartas de hondo concienzudamente medidas. Los muchachos de las pala se adelantaron.
Las hormigas de Fervonio
Fervonio Barquero era un soldadote
rudo, grande de tamaño, parco de palabra, despacio en el caminar, a la
hora de las balas, sereno hasta la inconsciencia; es decir, valiente.
Seria pura estupidez o una falla orgánica, pero lo cierto es que
fervonio no tenía la más ligera noción del miedo y, claro, desconociendo
el miedo, desconocía también el valor, que no es; si no la ausencia del
miedo el cual a su vez no es otra cosa que la prima manifestación del
instinto de conservación, que trata de imponerse induciéndolo a uno a
huir del peligro. La cosa más natural del mundo.
Otra condición de Fervonio era
que jamás hizo gala de su valentía, el pobre: como ni siquiera sabia que
era valiente… y así, nunca se aprovecho para contar episodios
lindísimos en los que el había hecho barbaridades mientras que a otros
compañeros suyos les estaban temblando las piernas.
Cuando el Zanjón del Santo
Cristo, el enemigo nos dio una pela tremenda. Fervonio se había hecho de
un corralillo de piedra y desde allí, con 7 hombres, le estaba haciendo
estragos al contrario; pero las otras posiciones comenzaron a flaquear
debido a un cuerpo de rifleros que nos estaba volando filo que daba
gusto, yo me mantenía cerca de Fervonio cuando vimos pasar a los
primeros 2 generales puestos en viajes; uno de ellos ya había votado el
sombrero, el otro no supe si llevaba sombrero o si eran solo las manos
en la cabeza. Tras ellos me desprendí yo también, y, aunque corría como
un incendiado, lo más que logre fue no perderlos de vista pero
alcanzarlos nunca.
Solo Fervonio, como que no era
con él, ahí te van balas y “aguántense muchachos”. Cuando los muchachos
ya no podían aguantarse más dieron el colazo en firme. En el corralillo
solo quedaron 2 mal heridos, 1 muerto y los rifles abandonados, ¿Quién
iba a estar entonces pensando en rifles, sin saber si quiera cuantas
leguas iba a tener que abrirse?
Claro que en el corralillo quedo
también Fervonio, que como no sabía correr, pero ni cambiar el paso,
cayó prisionero. El que le hecho el guante fue un general enemigo que
comandaba el grupo más osado del ataque. El tal general tenia enteros
todos los nervios del combate, y así fue que en cuanto avanzaron a
Fervonio, solo fue mentarle a su madre y sin más ni más lo amarro contra
un chilamate, mando formar 5 números frente a él y tras el “carguen
armas”, le dijo: -“Oiga, desgraciado, despídase, que estos son sus
últimos momentos”. Fervonio se quedo viéndolo; después paseo la vista
por los soldados del pelotón; después hablo: -“Por mí no se atrase… De
quien quiere que me despida si no conozco a ninguno?”
Varios de los soldados se
rieron. El general primero se asustó, en seguida soltó una carcajada y
soltó a Fervonio después, diciendo: -“déjenlo muchachos… Que hombre más
bruto…!”
Fervonio ni gracias dijo, sino
que con su mismo paso aquel, se fue a agregar, “pecho de paloma” como lo
tenía a la fila de avanzado. Muchos de los de esta fila, si el general
hubiera seguido tan nervioso y si Fervonio no ha salido con eso, se
hubiera doblado también con el pecho pasconeado, hasta donde el mecate
los dejara.
En las guerras ese es el momento
peliagudo: cuando lo acaban de avanzar a uno. El que logro anochecer ya
esta salvado; y así fue como Fervonio Baquedano consiguió vivir un
tiempo más, hasta darme ocasión de volver a encontrarlo, meses despues, y
cuando ya sabía yo el cuento de su milagrosa escapada. Fue entonces
cuando le dije: -“Hombre Fervonio dicen que te viste “alitas de
cucaracha”; que por un pelo no te doblaron sobre mecates, cuando el
zanjón de Santo Cristo”.
-“que le parece, amigó. Casi me parten en ese día”.
-“Bueno, pero vos que sentiste esa vez, cuando tenias las cañas huecas frente a frente?”, le pregunté.
Y Fervonio, siempre grandote,
siempre despacioso, se llevo a la nuca su mano derecha, y rascándose
suavecito, con aquel su modote sin prisa me contestó: -“pues amigó,
viera usted que hormiguero más bravo el que tenía ese chilamate”.