miércoles, 14 de mayo de 2014

Yelba Clarissa Berrios


León, Nicaragua
Tulane University

Las acibaradas mieles de la vida, no tratan de colonizar nuestros labios para provocar en nosotros sentimientos de: desolación, tribulación, derrota y/o desdicha. Hay situaciones que se nos presentan como fantasmas macrosómicamente tenebrosos, mares con corrientes innavegables, donde se nos amputan los brazos acerados de la voluntad para el braceo del tramo de mar más abísmico. Otras veces, nos aterra el cumulonímbico rostro del cielo navajeado de centellas, y nos sobrecoge el pavoroso temblor de la cotidiana muerte, la inconsulta agonía, la hiperventilación, el incontinente pálpito y la helazón de manos. Tan solo un minuto antes de fenecer, reaccionamos denodados e intrépidos. Y se nos enarbolan el ánimo, la encorvada osamenta y el coraje para realizar proezas aunque nuestro único armisticio sea la invencibilidad de una sonrisa o la potencia de un abandono total, con la desnudez impertérrita de la fe en la victoria. La negreza en su más innombrable oscurana, siempre abre paso a la médula del sol. Entonces, podemos elegir permitirnos amanecer a mediodía y soltar grilletes y cadenas para correr hacia las postrimerías de una esclarecida y escampada libertad.

 MATISSE

Cuando pensé que los esquejes serían osamentas
dormidas en la tierra
y leería mis diarios desde los facistoles vetustos
abrupta y maravillosamente
surgieron raíces siderales
con savia de esmeraldas líquidas.
Y florecieron de piedras toditos los desiertos alborozados
me coronaron de ágata y carbuncio
de granate y zafiro de topacio y esmeralda
de perla malaquita diamante y calcedonia.
Me calzó la misma tienda de estacar extendido
la nunca más beduidinad en lo que resta
fue mi cetro
y no fui ya más soledosa
y rugieron en mi pecho martilleos grandiosos
sacudiendo los cabellos de mis campanas.
Y arribaron todos los besos demorados de la historia
y la orfandad de mi lengua encontró asilo
en las gloriosas cuerdas de tu garganta.
Y la mirra y el incienso y el eucalipto
rugieron humazales desde los incensarios en fiesta
las grietas de las losas se humidificaron
del aceite como de santa unción
sabotearon la una vez nunca más mezquindad del sino.
Tras bambalinas siempre hay espíritus nobilísimos
sacaron sus ardagas para repeler lanzas
otrora manchadas de mis marejadas arteriales
vinieron en mi auxilio
mi alma ya supurada de agonías
fue insuflada de gozo.
Y fueron mías en los cuencos de mis manos
la música y toda la oceanidad del mundo
y me vestí de sayo bordado de luceros.
Y hoy Amor es el nunca más silencio
de todos los azules mar y cielo
nos salpican agujas de luz
es el cigoto del alba que se gesta en la matriz
de nuestro regenerado sol.


LOS VERBOS INFINITIVOS
Inusitados albores alcanzan a los calabozos esenciales de la noche, se enfrentan a ellos con un hato de leña, como si quisiésemos enfrentar un cuantísimo invierno.
No importa si debajo de los párpados escondemos descansos, siempre hay un tango amarrado a los tobillos. Nos enciende una emburbujada vida rocambolesca, lista a descurtir tímpanos y esqueletos; a desempolvar las sombras las calaveras creadas por nosotros mismos, como si yaciésemos muertos caminando vivos.
¡Ay del galope feroz de las horas!
¡Ay del miedo al terror y a los olvidos!
Para eso tenemos los clarines y los saxos, soplados por los labios-picos de pájaros; sambas, rumbas, mambos bailados por árboles exhibiendo sus faldas de colorines multirraciales, entre flores y frutos que, impregnan la piel del pálpito vital.
Amanecemos claveteados a un tablao: el más flamenquísimo del mundo. Sin saberlo taconeamos maderas; corriendo, agitándonos, muriéndonos. No se vale ese nunca movimiento por el temor impuesto.
Después de un día bailao con la muerte, palpitando en el corazón del existiendo, ignaros y omnímodos todos, somos los mismos novillos cansados, nutridos por la oscurana y su abrevadero.
Despertar, nacer, morir, respirar, copular, escribir y todos los verbos infinitivos del mundo; es trabajo de todos. Se escucha el corifeo que dirige y canta de nuestro tiempo la danza. Es la carroña de las horas de cada día vivido.
Las agujas relojeras, son expertas antropófagas y hematófagas; nos descuentan carne, osamenta, sangre, fríos, días. La noche es una especie de tope de bordillos y andenes. Y la luna, la miel endulzante, que demuele los paladares y las lenguas ocultas en los ojos. Apenas si sabemos del puñado de gritos eyaculados de sueños, en rotunda ausencia, conducentes a los confines misteriosos del ser.