Adolfo Calero Orozco

 
 
 
Nació en el corazón del viejo Managua, en el barrio de San Antonio, el 19 de febrero de 1889. Allí vivió toda su vida. Es el mismo barrio que viera las andanzas bohemias de Rubén, característico de la ciudad antañona, limitada a un ámbito urbano de no muchas cuadras, con pretensiones y elegancias de capital distinguida y afrancesada. Las viejas casonas alternaban con las construcciones de arquitectura galicada, puesta de moda con las grandes reformas urbanísticas de Napoleón III.

Su familia, de condición económica acomodada, pertenecía a esa capa social que ocupa los niveles superiores de la clase media, muy reducida, inmediatamente después de una clase alta de la que casi no se distingue, si no porque en ésta se incluyen los que tienen el poder político y las grandes fortunas.

En ese mundo transcurrió la infancia de nuestro autor, círculo de familias democráticamente igualitarias, de costumbres sencillas y patriarcales. La mentalidad general es tranquila, de un peculiar espíritu conservador. La generación que gobierna el país con Zelaya (1893-1909) es la de Rubén Darío: liberal en política y positivista en filosofía.

Liberalismo y positivismo que se matizan con las tendencias culturales heredadas del período de los treinta años de gobiernos conservadores, penetrado del racionalismo dieciochesco. Libertad dentro del orden, religiosidad profunda, pero anticlericalismo, respeto y devoción por la ciencia y el arte, inclinación a cierto prosaísmo literario, cuya excepción es Rubén Darío, en esa generación, —que por lo demás no supo comprenderlo—, son algunos de los nódulos ideológicos vigentes durante la infancia de la generación de Calero, y sobre los cuales se va estructurando su espíritu. Mundo, sin embargo, que desapareció aventado por las revoluciones y por el terremoto que arrasó a Managua en 1931.