Julio Valle-Castillo


Julio Valle Castillo
Poeta, pintor, investigador, ensayista y crítico literario y de arte. Nació en Masaya el 10 de agosto de 1952.
Empezó a publicar poemas en 1970, en La Prensa Literaria. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Tradujo al español a los poetas latinos Catulo y Ovidio, y los poemas en inglés de Tropical Town and others poems, de Salomón de la Selva. En 1972 editó un poemario del modernista nicaragüense Rafael Montiel, en 1974 una antología de Joaquín Pasos y en 1978 otra del modernismo nacional.
Desde 1979 hasta la extinción de esa entidad en enero de 1988, dirigió el Departamento de Literatura del Ministerio de Cultura, y la revista Poesía libre. Luego se desempeñó como catedrático de la Universidad Centroamericana.
Forma parte desde 1980 del Consejo Editorial del suplemento cultural del Nuevo Diario, Nuevo Amanecer Cultural. Ha viajado por América y Europa. Desde 2001 es miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua.
Actualmente es miembro del consejo directivo del Centro Nicaragüense de Escritores (CNE).
CATULO AMIGO MIO

Catulo amigo mío,
por fin Cornelio logró sentarse a la mesa.
El hombre es el vivo retraro de las víboras,
penetra hasta por las rendijas de cualquier recinto.

Ya no es visto de soslayo,
ya no avientan puertas a la cínica calvicie
que anuda la sonrisa en la nariz.

Todas las mañanas los buscadores de dones
le roban la dicha del último sueño.

Al verse en ricos tapices, al saberse
dueño del vino y de la libertad de la gente,
enloquece y levanta la estatua
en el jardín de la casa, se ufana de ser
la lengua que limpia mejor los intestinos del César.



CHEPITA REZADORA

La Josefa Vega desde la flaca altura de sus fémures,
con el tobillo seguro en el tacón de sus zapatitos de tango,
clara de piel y suave como medias de hilo,
se pasó la vida después de los 60
--cuando la viudez derramó sobre sus hombros el rebozo negro--
enseñando los novenarios de nuestros finados,
de todos los infieles difuntos de mi pueblo.

Sus padrenuestros y réquiem
se interceptaban por rápidas flemas y toses débiles,
mientras los nardos del catafalco
difundían en repelos olor a muerto y miedo
Gracias a sus letanías,
a la resistencia de su ruega por ellas
Casa de oro,
Arca de la Alianza,
ruega por ellas,
Puerta del Cielo,
ruega por ellas,
Estrella de la mañana,
ruega por ellas,
Salud de los enfermos,
ruega por ellas,
Refugio de los pecadores,
ruega por ellas,
Consoladora de los afligidos,
ruega por ellas,
Auxilio de los cristianos,
ruega por ellas,
vimos salir ánimas en pena que iban a descansar.
Las vimos agarrarse del escapulario de la Virgen del Carmen
que desciende al Purgatorio los sábados;
y algunas hasta librarse quizá del aceite hirviendo,
de las parrilas y brasas del Infierno.

Aunque palpó el agradecimiento de los deudos
en yardas de tela para su higiene almidonada;
en brazos respetuoso que la llevaban a su casa,
o en tazas de ponche: huevos batidos, aguardiente y leche de insomnio.

Quién rezó por ti, Chepita Vega,
quién bajó por ti toda la corte del Cielo,
quién meció como una cuna senecta tu silla de junco
para que en el otro barrio
reposaras tranquila tus canas de albahaca y jazmín en la peineta.

Qué sino esta lámpara de gas y este vaso de agua
que en una esquina de la memoria no se agotan
garantizan que brilla para ti la luz eterna.